Hoy, hace 50 años tome mi primera bocanada de aire y comencé esta aventura que llaman vida.
Una vida que me llevo a una familia especial, en donde la TV no existió hasta pasados los 15 años, en la que leer era la forma más segura de alimentar el ocio.
A los 5 años me empeñe en ser bailarina como las de las cajitas de música con las que media el tiempo para que mi apa me hiciera cariñitos en los pies. Y a los 10 años hice el primer arroz como mi mamá, la mejor cocinera del mundo mundial a quien había estado viendo y observando detenidamente desde que supe que era su amor el mejor ingrediente para aquellos platos maravillosos.
A los 15 ya la poesía se había apoderado de mis manos junto con una rebeldía necesaria no porque hiciera falta, pero si para saber que podía ser tan libre como mis padres se empeñaron en mostrarme que tenía que ser.
Antes de los 18 ya caminaba por los pasillos de la Universidad Central de Venezuela, que como en casa recorría con mi cabellera alborotada, faldas muy cortas y piernas libres con los deditos siempre al sol. En ella me encontré con la pasión de mi vida, ser y hacer psicología con amor, que no es lo mismo que hacerla como profesión.
También encontré los primeros amores en esos pasillos, pasiones profundas llenas de juventud y desafios.
La rebeldía y la crítica se hicieron muy fuertes y me permitieron vivir la lucha política de aquellos estudiantes que fuimos, los primeros en hacer poesía y lucha entre cadenas, gritos y propuestas que frenaron la privatización de la educación universitaria y acompaño a un pueblo rebelde que se alzó ante un orden que le hizo pagar caro sus aspiraciones de justicia.
Una mujer profesional que se emocionó cuando creyó que era posible cambiar el mundo, que lo dio todo por aquellos niñ@s del INAM, descubriendo que el ejercicio de los derechos requería de mucha valentía y formación, por lo que se aventuró a hacer aquella especialidad en derechos de los niños y niñas, encontrando más amor del que podría haber imaginado entre las letras de aquellas leyes que dejaron de ser lejanas y se hicieron letra viva entre un pueblo que creyó e hizo posible alzar la voz ante un imperio que siempre lo oprimió.
Y la vida me trajo aquel amor que me enseñó a ser madre de un par de niñas prestadas, mis hijastras rebeldes y enamoradas para luego encontrar el amor más puro en mis dos hijas mayores, las princesas de mi cuento de adas y luchas armadas de poemas y bailes.
Para luego descubrir otro amor increíblemente poderoso, el que me trajo aquel pequeñín amarillito y gracioso, intenso e inquieto que me dio el título de mamá por tercera vez.
Y así, la vida me fue abriendo caminos y encontré el trabajo que recibí como regalo de aquellos 40 años. Llegar a ser psicóloga forense siempre fue para mí un regalo, porque aprendí como jamás lo había hecho antes, porque vi de cerca las cosas más terribles pero también la fuerza de la vida que se levanta ante el horror.
Y allí el horror del poder que envenena me hizo huir con mis tres hijos a la tierra del abuelo, para descubrir que podía incluso morir estando viva pero sobre todo, que podía volver a nacer como lo que soy. Me encontré con una fuerza dentro de mi que no conocía, con un dolor que tampoco había imaginado que sentiría y sin embargo me llenaba de vida.
50 años que me han traído amores maravillosos, amores terribles, amigas y amigos que han sido sostén y fuerza, hermanas que me han llenado los brazos de fuerza cuando no podía levantarme.
50 años para descubrir y vivir VIVIR en mayúscula y con negritas.
50 años para agradecer todo lo que he vivido, todo lo que he perdido y todo lo que he conseguido y construido.
Gracias por ser parte de mi vida.
Saraí con acento en la í.
18 marzo 2024

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